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poemas de vanguardia


A DON RUBEN DARIO


de Manolo Cuadra

Cazador de venados. No te ofendas, maestro.
Era porque llevabas un gran foco en la cabeza
y porque era ruidosa tu escopeta
que gustaba vibrar en la hojarasca
para espanto y temor de los antílopes.

A la orilla del río,
tirabas el gran anzuelo de tu canto
como un gran señor despreocupado
que buscaba sirenas.
(¿Cuántos atunes
mordieron ese garfio milagroso,
en el siglo pasado?)

Tú eras pródigo.
El blasón que regalaste, lírico,
a tus manos,
fue pequeño y humilde.
Fue pobre. Porque al modo de los nababs borneses,
nacían entus dedos esterlinas
y perlas, y zafiros,
que tirabas arriba de los techos
por consejos de Tántalo.

Muchos vistiéronse contentos
con tus ropas.
Yo recuerdo que el más necio
pidió al crédito un par de tus tirantes
para ajustar un tanto su talento
que bailaba como un pantalón flojo.

Sólo yo pasé frío
antes tus levitas académicas
y no ultrajaron mis pies tus alpargatas.
De ahí que oiga tu voz agradecida
diciéndome complacida:
--Gracias, muchas gracias.

Soy orgulloso de mi luz tubular,
porque el aceite es mío, maestro.
Gasto chaquetas íntegras
vueltos los ojos hacia mí mismo.

De ti dijeron: el honor, la gloria.
No morir al través de los siglos
noble supervivencia que da al barro
el espíritu, vencedor de la sombra.
Y también: tu técnica, tu genio,
original como la culpa.

Es verdad, sólo yo te conozco,
descomunal ratero,
de enormes faltriqueras marsupiales.
Sólo yo supe en Grecia
de tus investigaciones sonambúlicas
y tus deprecaciones clandestinas.

Y en Francia, tal manía mortal,
te obligo a pernoctar en las vitrinas
--burlador de la policía—
y a hacer gimnasias sobre las verjas,
para multiplicar frutos ajenos,
en tus bolsillos hospitalarios.

Así entiendo,
cuando en tierras del Cid te preguntaron:
--¿Nicaragua?
Y tú:
--No la conozco.
Luego, el Támesis, el Ganges,
Eulalia y Clitemnestra
para olvidar el caso.
(Alarmadas, cacareaban en tanto
mis gallinas solares).

Y ahora, ¿quién sabe
que tus ninfas de dedos satinados
gastan unas manos puercas
de cigarrillos y volantes,
y que mejor que tus pájaros exóticos
vuelan nuestros zopilotes nacionales
y que a tu luna veneciana
le da luz nuestro sol?

El mal que nos hiciste, ¡oh , maestro!
Porque en tus filosofías de culebra
guindadas de unas ramas nos dejaste tus mudas
que vistieron después los papanatas.

Tipitapa, 1929


 INTERVENCION

de Pablo Antonio Cuadra
Ya viene el yanqui patón
y la gringa pelo e’miel.
Al yanqui decile:
go jón
y a la gringuita:
veri güel.